Manuel Ríos es la ultima víctima, el último sacrificio de esa nueva religión en la que aparece convertirse el fútbol. En mediode una sin razón creciente, el deporte del balompié ha ido degenerando paulatinamente hasta llegar a lo que hoy conocemos.
El fútbol es una especie de nueva creencia politeísta en que a varios delos dioses se les llama galácticos, como si estuvieran a un nivel superior del terrenal. Son jóvenes multimillonariose inascesibles. Viven en una especie de Olimpo deportivo. Sus lesiones- más o menos importantes- son seguidas con la atención propia de las cuestiones de Estado. Y sus imágenes son distribuidas en pósteres para una superior admiración.
Los nuevos templos son los estadios. Sus sagradas escrituras, la profusa información futbolera en todos los medios de comunicación social. Los presidentesde clubes y entrenadores forman la escala de los sacerdotes y el público es la feligresía que puntualmente y en el día señalado de precepto acude a los encuentros, a los cultos.
Pero lo peor de toda esta nueva y masiva religióndel fútbol son las sectas que crecen en su entorno, o que son alimentadas o consentidas, en ocasiones, por los propios clubes. Se llamen como se llamen- Ultra Sur, Boixos, Frente Atlético o Riazor Blues-, son grupos de fanáticos que crecen fervientemente en sus ídolos y que , a veces, son capaces de cualquier cosa para mostrar ña supremacía de sus colores frente los rivales.
Manuel Ríos, fallecido el martes en Santiago, Aitor Zabaleta y otras cuantas personas más, han sido las víctimas propiciatorias de esos energúmeros infantilizados. Son los últimos sacrificios de estos amigos de la bronca que pueblan determinados espacios de los estadios y que son los amos de la calle cuando anunciael gran partido, el derbi. No hay duda de que esto del fútbol-un magnífico deporte por cierto se está desmadrando.